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Alma Delia Murillo

01/04/2017 - 12:03 am

¿De quién es la vagina y de quién es el placer?

Es desolador pensar que siempre habrá una “autoridad” masculina, una figura legal que podrá decidir sobre el cuerpo de una mujer violada.

Es desolador pensar que siempre habrá una “autoridad” masculina, una figura legal que podrá decidir sobre el cuerpo de una mujer violada. Foto: Pinterest

Llevo toda la mañana preguntándome cómo definen los hombres su placer.

Preguntándome si piensan en ello, si alguna vez lo hablan. Recién comenzaba mi vida sexual activa cuando tenía largas digresiones con mis amigas heterosexuales imaginándonos qué sentirían los hombres, cómo sería su mitad del placer que no es la nuestra.

Por más que pasen los años, la experiencia, las lecturas eróticas, las visitas al sexólogo y hasta el consumo de películas o videos porno, creo que para cualquiera sería imposible definir cómo es el disfrute sexual de otro. Imposible definir, generalizando, cómo es el placer de “los hombres” o de “las mujeres”.

El cuerpo, el gozo, los botones del deseo, tienen su origen arraigado en nuestra animalidad y son casi inexplicables. Y, sin embargo, las distintas sociedades a lo largo de la historia no se cansan de normar todos esos conceptos en franco detrimento de la mujer.

Mis reflexiones vienen a cuento porque sigo sorprendida de nuestra terquedad ante la trampa argumental de acotar a lo legal y jurídico un tema que es cultural, emocional, una deformación histórica colectiva y, donde además, la ética y el sentido común quedan secuestrados por conceptos judiciales. Me refiero a la sentencia que dictó el juez (de momento suspendido por el Consejo de la Judicatura) Anuar González Hemadi en el caso de Daphne y su acusación a uno de los Porkys de Veracruz, esos cuatro jóvenes de familias de la clase alta que sometieron a Daphne y la agredieron sexualmente de muchas formas cuando ella aún era menor de edad, hace dos años.

En la sentencia escrita por Anuar González donde concede el amparo a Diego Cruz —uno de los Porkys—justifica su “inocencia” del delito de pederastia porque Diego, que rozó e introdujo incidentalmente (¡incidentalmente!) sus dedos en la vagina de Daphne y le tocó los senos, hizo todo eso sin intención de disfrute sexual.

Me gustaría sumarme a las voces y decir, como han dicho muchos, que es increíble. Pero la verdad es que es perfectamente creíble que eso pase en esta “civilización”, en este país, en el marco de estas leyes que desde su origen están diseñadas bajo una perversión insostenible para el sentido común pero funcional para el desahogo de pruebas de un caso: el cuerpo de las mujeres es objeto pero no sólo, es objeto receptivo, susceptible de ser mutilado y juzgado por secciones, de ser segmentado según sus miembros, sus órganos y sus funciones como una colección de piezas o herramientas que están dispuestas para el placer de otro.

Si un hombre introduce los dedos en la vagina de una mujer pero no tiene intención de disfrute sexual, no hay abuso. Esa fue la salida, dentro de la lógica legal, que este juez encontró.

Y es terrible, sí, y dan ganas de odiarlo y cubrirlo de insultos pero ese juez es apenas un síntoma, un elemento representante y simbólico de toda una cultura.

Era el año 2007 y Ernestina Ascencio, de 73 años de edad, murió víctima de una violación multitudinaria por un grupo de soldados en la sierra de Zongolica, también en Veracruz; el entonces Presidente de México, Felipe Calderón, confirmó su muerte por una gastritis mal atendida.

Los soldados, el Presidente, el juez, el abogado… es desolador pensar que siempre habrá una “autoridad” masculina, una figura legal que podrá decidir sobre el cuerpo de una mujer violada. Y todo se hará en el marco de la ley.

Y por más que la indignación estalle y se tomen medidas y decisiones correctivas—como la suspensión de Anuar González— que puedan apaciguar un poco la rabia, la cultura milenaria de uso y castigo al cuerpo femenino seguirá cobrando víctimas con casos como el de Daphne, el de Ernestina, el de tantas mujeres cuyos nombres no conocemos y que fueron empaladas en los pueblos donde los usos y costumbres (otra cara de la ley) castigan de esa manera a las que se atreven a tener una conducta sexual fuera de la esperada.

Por eso rehúso mutilar la reflexión y atrapar la discusión entre los diques jurídicos, porque en el ‘marco de lo legal’ caben todas las aberraciones de las que una sociedad es capaz.

@AlmaDeliaMC

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